Carlos Max III


…Mi corazón latía tan rápido -¿nos vamos?- dijo. Lo que sigue hasta terminar el partido, no tiene la mayor relevancia, era de esperarse que perdiéramos, realmente no aporte mucho al equipo, Federico con una sonrisa me decía -no te preocupes Max, ¡ya ganaremos el siguiente sábado!, Mari Pau me miraba constantemente, no pude evitar sonrojarme, y en un acto fugaz, su mano tomo la mia, aun recuerdo su suave tacto, el mundo que desaparecía a mi alrededor, La figura de Federico jugando todavía con la pelota se desvanecía. Mi mano comenzó a sudar incontrolablemente, solté a Mari Pau antes de que se diera cuenta,le pedí el balón a Federico, así podría secarse mi mano discretamente, Mari Pau tenia unos hermosos ojos color café que no paraban de verme, Mari Pau me mando un beso, me volví a sonrojar y sin pensarlo le pegue al balón, tire a la nada, Federico corrió por el, cruzando una calle triste, un instante después un auto termino con la vida de mi mejor amigo, de aquel auto solo recuerdo parte de la placa “QGK-6…”, y un color morado que se alejaba de prisa.

 En aquel funeral tapizado de negro, lleno de gente desconocida que deambulaba por la casa, triste y deprimida, algunos preguntándose cosas inentendibles, otros rezaban. no había rastro ni de Mari Pau, ni de mis lagrimas en aquel lúgubre sitio, el dolor era profundo, cortante hasta cierto punto, pero mis mejillas estaban secas, en la sala un hombre hablaba con demasiado amor sobre Federico, deduje que era su padre, al mirarme, sus ojos se abrieron -Max, ¡oh! pobre Max, sin tu amigo- me dijo llorando, todas la miradas se dirigían hacia mi, estaba nervioso, sus rostros tristes, las palabras del padre de Federico en mi cabeza, di tres pasos hacia atrás, y sali corriendo, corrí sin ninguna dirección, siguiendo un impulso, una fuerza superior que me arrastraba a lugares desconocidos.

Frente a mi, se abría un lugar conocido, mis pies siguen avanzando, arboles extrañamente familiares, lo reconocí después, un balón se acercaba lentamente hacia mi, lo pare con mi pie, nadie lo reclamaba, entre a la cancha, tímidamente tire contra la portería, entro, pego y regreso, volví a tirar pero con mas fuerza, regreso, lo seguí haciendo, y mis tiros tenias cada vez mayor fuerza, el metal del fondo de la portería sonaba tan fuerte, y tan hermoso. Cansado, me senté en medio del campo, el cielo se estremeció, y empezó a llover, y así rompí en llanto, solo en medio de la nada, con el amigo que Federico había dejado de remplazo, el balón.